Cada día más oímos hablar de las emociones y de la gestión emocional, como una de las competencias y habilidades básicas a desarrollar para tener una vida personal y profesional, más plena y satisfactoria, para mantener mejores relaciones con los demás y con nosotros mismos.
De forma habitual nos encontramos con personas que lo que entienden por gestión emocional es sólo sentir cosas positivas, alegría, felicidad…”que todo me resbale”, “que nada me saque de mi centro”… pero, ¿estamos gestionando emociones, o estamos anulando emociones?
«Las emociones forman parte de nosotros, viven en nuestra piel, nuestro corazón, nuestra garganta, nuestro estómago… es ahí donde nos dicen que existen, que están ahí.»
Las emociones forman parte de nosotros, viven en nuestra piel, nuestro corazón, nuestra garganta, nuestro estómago… es ahí donde nos dicen que existen, que están ahí. Las emociones tienen su función, nos dan información. Información que podemos utilizar para dirigir y manejar nuestra vida; además, es a través de las emociones que nos conectamos con los demás, aprendemos a empatizar…
Desde nuestra perspectiva, no existen emociones ni buenas ni malas, sino emociones que imposibilitan y emociones que me posibilitan, emociones que me facilitan y emociones que me limitan… no es tanto lo que sentimos, sino cómo lo sentimos, la intensidad de nuestra emoción y los pensamientos que asociamos a nuestras emociones cuando vienen a invadirnos.
Así, la energía que nos da el enfado, es la misma que nos empuja a focalizar y avanzar; el miedo además de poder llegar a paralizarnos, también nos protege, nos hace estar atentos en aquellas situaciones donde lo necesitamos, la tristeza nos ayuda a aceptar las situaciones, a sentir estabilidad y a diluir la tensión que nos incomoda, la alegría nos levanta y nos ayuda a ser más creativos, ágiles y responsables.