Todos tenemos un monstruo

Todos tenemos un monstruo

Buenos días personas exóticas y maravillosas. Hoy compartimos con vosotros un texto inspirador de Cecilia Rodríguez Suárez titulado: «Todos tenemos un monstruo«.

Un día Max no se encontraba en su elemento. Su madre preparaba la cena, mientras él permanecía enrollado como una rosquilla en su pijama de lobo sin ganas de nada. La madre, exigente en su mundo de adultos, lo llama a la mesa varias veces, y al no obtener respuesta lo termina castigando a irse a la cama sin cenar, a lo que Max responde gritando, mordiendo, dando un portazo y huyendo hacia un mundo mejor. Un mundo donde ser salvaje se celebra. Un mundo donde todos los monstruos son bienvenidos a dormir contigo, abrazados bajo el cobijo de una pila animal.

Where the Wild Thing Are, de Maurice Sendak, nos enseña a mirar a nuestro monstruo con más detenimiento y, en la magia del encuentro afectuoso con la sombra, descubrir los matices de esa parte nuestra que nos gusta mantener encerrada en el armario, en el cajón de abajo y bien al fondo, en esa humana pretensión de hacer como lo que no se ve, no existe.

El tema es que los monstruos no fueron hechos para vivir en armarios y, cuando menos nos lo esperamos, salen furtivos por las cañerías, recorriendo incansables las ciudades con la ilusión de conseguir algo de protagonismo. Y ese protagonismo, suele llegar en los momentos más inconvenientes.

Mi monstruo es un tipo muy jodido. Calculo que llevamos juntos unos 25 años, y recién hace unas semanas lo miré a los ojos por primera vez. Estaba ahí, agazapado y gordo, grisáceo de tanto encierro y claustrofobia, y con un extraño parecido a Mr. Hyde. Y es que el tipo en cuestión estaba acostumbrado a que lo odiara. Sus maneras, su egoísmo e intolerancia, su intransigencia metódica, sus elucubraciones, sus serpenteantes formas de hacerme procrastinar y temer, ocultar y fingir, compararme con otros y sentirme débil por momentos u orgullosamente temeraria por tantos otros. Y es que con él no hay término medio. Todo tiene que ser trágico, urgente e indiscutible.

A lo largo de los años he probado engañarlo de todos los modos posibles con resultados completamente vanos. Es por eso que finalmente, y como debería suceder con todo lo que hace que no suceda nada, decidí que había llegado el momento de cambiar de estrategia. La cosa no podía seguir así. Era hora de pedirle ser amigos.

Casualmente por esos días me crucé con el término Chöd, una meditación budista de trabajo con las sombras y el miedo, que la autora Tsultrim Allione desarrolla en su libro Alimentando tus demonios, y todas las piezas cayeron en su lugar.

Desde que somos amigos, cada encuentro con él se sucede más o menos del siguiente modo: estoy ahí, haciendo las cosas que hace un ser humano cualquiera. Ya sabes: desayuno, movidas familiares, conversaciones de pareja, trabajo, sobre demanda de tareas, gestión de tiempos en modalidad tetris, máster, meditación, dolor de cabeza, la comida, el improbable futuro, la metamorfosis del cuerpo, el infinito cotidiano, cuando de pronto llega mi abominable monstruo, arrastrando los pies y con cara de lunático, a meter vaya uno a saber qué idea urgente y furiosa en mi cabeza.

En ese momento abro el armario de par en par -demostrándole que no hay nadie que vaya a encerrarlo en sitio alguno- y, respirando hondo, empiezo a hablarle. ¡Buenos días muchacho! le digo sonriente, ¿cómo va todo? Veo que estás aquí de nuevo, siéntate. Que bien te ves hoy. Cuando termine esto que estoy haciendo charlamos. Y la cara se le ilumina. Esconde las manos detrás de la espalda como pidiendo disculpas, mira alrededor y se sienta en silencio. SILENCIO. De repente se revuelve en la silla un poco inquieto, ya que lleva años temiendo a mis represalias, e intenta colar algún pretexto de locura. Lo miro con ternura y le digo, que si, que si, que te veo. TE VEO.

Una periodista le preguntó a Tsultrim Allione si no era contraproducente andar por la vida queriendo y alimentando a tus monstruos. «Se trata de buscar qué hay debajo de esa ira, cuál es la necesidad real, y eso es lo que tú alimentas. Hay que preguntarle: «¿Qué es lo que realmente necesitas?».

 

Todos tenemos miedo, somos celosos, codiciosos, rabiosos…, ignorarlo no es la solución,

tenemos que ser compasivos con nuestro lado más oscuro, comprenderlo,

acompañarlo, dialogar con él como una madre.

 

Hoy no tengo idea dónde anduvo. A la hora del café se sentó a desayunar una tostada conmigo y mi marido intentando meter algo de letra, y cuando me tomé el metro para ir a dar mi clase de Mindfulness aplicado al trabajo había desaparecido. No lo he vuelto a ver en todo el día, y eso que antes se la pasaba pegado a mis talones como un maldito doppelganger.

Cuando esta noche regrese, porque siempre regresa a mi lado, le preguntaré por dónde anduvo. Seguro que de tanto que sale ahora del armario ya no está tan resentido, que se ha hecho amigo de la ciudad, de sus pájaros y, hasta me atrevería a decir, de su recientemente estrenada libertad.

Y tu monstruo, ¿cómo está hoy?

Escrito por Cecilia Rodríguez Suárez. Ver su post aquí